domingo, 11 de noviembre de 2007

Paisajes de agua

De sólido a líquido, de líquido a gaseoso… Cantabria engloba cada estadio del ciclo del agua.

El agua permite que la vida surja, se adueña de parajes extintos sin ella. Agua en el cielo, en la tierra, entre montañas, quieta o en movimiento. La naturaleza muestra su cara más bonita si el agua acompaña con su ciclo al suelo, y lo llena de fuerza. Paisajes verdes, blancos, azules y marrones, de mojado terreno. Son muchos los lugares que el medio natural nos proporciona en los que el agua aparece, y muchos los ejemplos que en Cantabria pueden visitarse.

Gotas que caen, que calan, mojando cada suelo, mirada empañada. La lluvia dota con su frecuencia un paisaje de cristales con restos de agua. Objeto imprescindible, el paraguas es un medio de freno de la constante descarga de las nubes. Charcos de pisadas infantiles frente a gritos que niegan el disfrute del salpicar entre lodo. Lluvia de tormenta, lluvia sin truenos, rayos ni relámpagos, chirimiri curioso de zona norteña. Variopinta caída del agua entre las zonas. Cantabria es famosa por su lluvia, cada vez más escasa.

Condensación de agua, masa de vapor acuoso tan baja que ciega. Niebla entre montañas, en las calles, delante de la gente… Mañanas de niebla que sube, que no llega al mediodía. En Cantabria la niebla está presente durante la madrugada, con la helada que cubre las superficies de dureza fría. Algodones oscuros entre los Picos de Europa, nubes que juegan a colarse entre los huecos que dejan los montes.

El agua del hielo cubre los picos, las alturas más altas, y lo llena de blanco. Entre la nieve el caminante pisa las huellas de agua y se desliza en inviernos de frío y botas. De verde a blanco, de blanco a verde, los montes mudan cada año, coloreando su aspecto en función del agua que cae en la región. Manto en lo alto de pronto deshielo en un clima cada vez más cálido. La nieve de agua helada es más recordada que presente en muchos de los lugares costeros de Cantabria pero el interior nos muestra más pruebas de bajas temperaturas, de bufanda y guantes.

Los primeros pobladores encontraron en Cantabria un lugar de acogida, rico en recursos naturales. Refugios a cubierto de los fríos en los que el agua resbala, deslizándose entre la roca. Las cuevas son mucho más que albergue de pinturas. Son en sí mismas esculturas al amparo del viento, juegos visuales de columnas que no terminan… estalactitas y estalagmitas creadas por el agua, arcos que marcan la entrada a lugares oscuros. La magia se impregna en cada rincón y lo cubre de una humedad continua. Goteo del tiempo contenido en cada paso como el tic-tac de un reloj escondido entre montañas. Agua que fluye sin pausa, que mana en cada recoveco. En Cantabria son muchas las cuevas, cada una con su historia.

Desde la cumbre desciende, del hielo al calor que lo convierte en líquido. El agua de los ríos zigzaguea entre silencios, entre pueblos de bullicio, entre árboles o entre prados. Arroyos que se unen a otros, que se mezclan entre orillas a un mismo compás. Peregrinos con la vista puesta en su destino mar, los ríos siembran abundancia allá por donde pasan y marcan el trazado de curioso pasear. Los ríos pueblan Cantabria como marcas de una cara, surcos de agua que recorren cada geografía, de poblaciones que laten con su incesante fluir.

Surgencias de interés geológico, de peculiares características que prestan a cada lugar magia.
Entre cuevas surge el río que cae en cascada, nacimiento vuelco de agua de leyendas y mitología. Melena de anjana, que al Asón dota de misterio y de cuentos, entre risas de de cabello de plata.
Y en Ruente una anjana guarda el tesoro de los templarios. En la gruta fuentona cuyo agua brota y deja de brotar, al compás de relatos de escritores y oriundos.

Reunión de líquido elemento de paisaje incomparable, los embalses son la prueba de la riqueza de agua en Cantabria. Tiempo recogido entre gotas de quieto fluir, paraguas girado como imán al amparo de ríos, de lluvia, de frío o de calor estanco entre compuertas. Con ojos de niño verá un mar por su inmenso tamaño, y ovejas que beben, aves, pueblos sumergidos… El embalse es la marca del estío, la crecida de invierno, pero en Cantabria puede ver el cielo de una iglesia, tejado que mantiene inerte su presencia de edificio más importante del pueblo, hoy totalmente ahogado.

Entre ciénagas son muchas las especies que hallan su espacio, pantanoso habitáculo de singulares características. Agua que sigue un camino distinto del mar, de triquiñuelas usadas por supervivencia. Las marismas son ricos ecosistemas al alcance de unos pocos que logran de esos lugares la conservación necesaria. Aves en peligro de extinción escogen algunos de éstos espacios privilegiados. En Cantabria la lucha por su supervivencia es una constante y se mantienen algunos ejemplos reseñables.

Lo dulce y lo salado se mezcla en su agua, cuna de ecosistemas de gran riqueza ecológica. Mar que se mete en el río, colisión de sabores encontrados, de caminos diferentes, mezcla. Río que se mete en el mar y su encuentro es un collage de mareas a ritmos diferentes.

El mar se mete entre la costa y encuentra su sitio. Una isla muestra la entrada al mayor estuario del norte de España: la Bahía de Santander, que se mece al ritmo lento de la vida tranquila, entre la Playa del Puntal y la Península de la Magdalena. Mouro y su faro guían el camino a las aguas que desconocen el oleaje y acompañan a barcos que intentan llegar al Puerto entre horadadas destruidas e islas formadas con la marea alta.
Mientras, los raqueros miran desde su rincón y muchos son los que se lanzan a emular a los personajes de Pereda. Chapuzones de risas y mar en calma.

Inmenso, irrepetible, incontable, infinito. El mar es un azul de múltiples matices, es un cielo reflejado o un reflejo del cielo. La costa lo recorta entre entradas y salientes, agua viva sin límites que ocupa la mayor parte de nuestro planeta. Acercarse al mar es aceptar lo ínfimo de nuestra especie, descubrir lo pequeño que es el ser humano y admirar el romper de las olas entre mareas vivas como el que las manda. El mar es el agua más intensa, la sal entremezclada que convierte la tierra en arena a fuerza de golpearla. Subir y bajar, resacas que tiran, que te adentran en el fondo de esa fuerza imparable de incierto comportamiento.

El romper de las olas forma la fina arena, cuyo conjunto es la estampa de vacaciones de calor. Las playas cántabras son famosas por la calidad de sus aguas, la limpieza de sus costas y la facilidad de sus accesos. Por eso muchas cuentan con la bandera azul, distintivo infalible de calidad extrema. Playas de verano y sol, de saltos entre las olas, de pies mojados de paseos infinitos. Acercarse a estas playas es deslizar la arena entre los dedos, mientras se escurren mil granos sin llegar a tocarlos.
Blanca y muy fina, arena privilegio entre oleaje que choca a golpe de marea. Playas que crecen y menguan en función de resacas que tiran hacia dentro o espuma que se acerca para ganar espacio.

Y entre arena, las dunas surgen a montones. Esculpidas por el viento que a su antojo apila cada partícula entre corrientes de litoral marino o de ríos. Fijas o en movimiento, dunas viajeras o quietas, aferradas a vegetación que las une a tierra. Dunas de pies enterrados, de escondites de agujeros y lugares ocultos de arena y vegetación.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Agua infinita en Cantabria

Cantabria es la tierra infinita a la que el agua acompaña, fijo en su camino, y la llena de savia, de riqueza, de vida. Diversos climas dotan a cada zona de un espacio en el que el agua es el protagonista y moja sus laderas de blanco o se desliza entre bajadas de cañones camino del mar, rey absoluto de la zona costera y proveedor de alimento para tantas familias. El agua ciega sus ojos al condensarse en la niebla, tan común en el norte de mañanas grises, y se reúne en conjunto, grupo en los embalses, o se esconde entre las cuevas de humedad y formas. Agua en los balnearios, famosos por sus propiedades curativas, en los otoños, lluvia en los cristales, o estancada en marismas de aves protegidas. Incluso las canciones recogen el agua caída en la provincia y dicen que si vas a Santander no olvides el paraguas, o eso de “Santander, qué bello es (bis) ni en invierno ni en verano ha dejado de llover”.

Sentidos de agua que a ratos evoca momentos vividos. Y ves la imagen de las distintas versiones del elemento mientras escuchas el golpe que su caer provoca, entre aromas de recuerdos y sabores únicos. Tocando el agua sientes temperaturas, texturas, mientras las sensaciones te acompañan en el infinito viaje por la región, Cantabria de agua.

Vista que mira el agua caída en cada rincón. Movimiento o quietud, deshielo o condensación. Humo de agua que se ve cercana, entre intentos fallidos de querer tocarlo. Colores generados de corriente en los que el ojo se posa para quedarse. Paisajes de agua maravilla, que acompasan el camino de excursión de los sentidos.

Golpeteo constante en cada superficie que el oído dota de su propio son. Agua que suena en el mar, sonidos marinos, o acompaña a la cascadas de visión grandiosa. Ruido de lluvia en el techo, en el correr constante de los ríos. Olas que se rompen y relajan la acústica del ambiente. Silencios que llenan espacios de cuevas o embalses.

Olores de agua entre espacios que dotan de sentimiento. Suelo mojado entre el barro, entre los charcos de zapatos de huella. Olfato recuerdo de mar de salitre, de orillas de hierba húmeda, de gotas que no marchitan. Nariz que se pasea entre rincones de agua que transportan sensaciones de vacaciones de sal o tarde de lluvia.

Agua entre las manos, de tacto infinito de piel que acompasa el fluir de cada instante. Fría de los hielos, de la nieve que tantos juegos provoca entre bolas que se lanzan o crean figuras. Agua cálida en balnearios de salud calor, fresca de las fuentes en las que la sed se calma, baños de Mar Cantábrico de cuerpo tiritante.

Sabores de agua. De sal en los labios cuando la ola te coge y cubre por entero. De manantial puro, pureza termal que en las botellas caracteriza por sus peculiaridades. Insípida y sin embargo tan llena de gusto, de verduras y frutas a las que la lluvia ha dotado de fuerza, de vida.